El otro día estuve en la inauguración de una exposición. No voy a hablar de ella, aunque me parece una falta de respeto hacia su autor; así que os haré un resumen: era una exposición de fotografía, blablablá, autoridades catalanas blablablá, blanco y negro blablablá. No es que fuera mala, ni mucho menos, es que el acto en sí me hizo confirmar una suposición que tenía rondándome la cabeza desde hace tiempo, a causa de mis trabajos esporádicos para la BBC (no tengo que aclarar que no me refiero a la cadena de tv, ¿verdad?): cualquier sitio donde se ofrece comida gratis se convierte en una pequeña metáfora de la vida misma.
No voy a negar que si algo me atrajo hacia el centro de Madrid un día de diario después del trabajo fue el saber que había canapés. Pero como acaba ocurriendo siempre que crees que estás lanzándote a algo en plan trepa y sin vergüenza de tus actos, comprobé que había gente peor (o que lo sabía hacer mejor, según se mire). En este caso mucha gente. Es entonces cuando desistes de tu primer objetivo y te retiras para observar con vergüenza ajena la actitud de los demás, cual sociólogo aficionado.
Me explico. Cuando el discursito acabó la mitad del auditorio se fue replegando hacia una puertecita lateral (se ve que no era la primera vez que atacaban en esa sala) por la que minutos después empezaron a salir los canapés y las bebidas; y fue entonces cuando empezó la batalla. Los camareros intentaban hacer lo que se les había enseñado (ir acercándose a los grupitos de invitados ofreciendo las viandas) pero a los dos pasos un ejército de señoras de avanzada edad, con sus mejores galas y pintadas hasta parecer payasos se abalanzaron sobre ellos arrasando con las bandejas y sin dejarles dar un paso más. Tras las tres primeras remesas los camareros pensaron que la emboscada terminaría por estar las señoras comiendo su anterior botín, pero ellas engullían con rapidez para prepararse ante un siguiente ataque. Se les juntaron otras de menor edad, y mayor dignidad. La viejitas no tienen edad para tener vergüenza, saben perfectamente a lo que van, lo hacen y ríen en corrillos como cuando tienes quince años y un grupo de chicos pasa frente a ti y tus amigas. Las jóvenes son conscientes de que les avergüenza lo que están haciendo, te miran con cara de víboras mientras tú te asombras no muy seguro de si pasan hambre en casa o es la simple costumbre de conseguir todo lo que se proponen lo que les hace actuar así.
La segunda remesa fue la derrota de los camareros. Una chica del personal de la organización tuvo que hacer de guardaespaldas a uno de ellos para que pudiera llegar a la parte trasera de la sala con algún canapé en la bandeja, para ello tuvo que cubrirle cual jugador de la NBA y mirar con desprecio a cada señora que se acercaba, turbada, extasiada, movida por una necesidad irreprimible de arrasar con todo. En cierto momento, los camareros empezaron a aprovechar la distracción del enemigo para pasar entre sus filas lo más veloces posible. Pero cuando las arpías se dieron cuenta de que se quedaban sin el ansiado botín les agarraron para pararles y empezaron a tirarles insistentemente de las chaquetas (los camareros se atrevieron entonces a llamarles la atención y pedir respeto). La última estrategia de la organización fue hacer pasar las bandejas por detrás de una pared falsa que dividía la estancia para esquivar al enemigo. Sin éxito porque este ya les estaba esperando a la salida.
Lo que más me llamó la atención y que, en cierto modo, tiene su gracia es la estrategia absurda que se montaron las asistentes para justificar su hambre y sed atroces. Cada una esgrimía una frase que le soltaba al camarero en el momento del asalto. Así estaba la de: “¿este vino es espumoso?”; la de: “¿Este lleva queso?” o la de: “Esto es sin alcohol ¿verdad?” que se cubrió de gloria en el momento en que el camarero (esperando disuadirla y mintiendo de manera obvia) le dijo que la Fanta naranja llevaba ginebra a lo que ella respondió poniéndose roja, bajando la cabeza, y llevándose la copa de la bandeja para bebérsela de dos tragos como había hecho con todas las demás.Para que os hagáis a la idea, la situación más visual que se me ocurre, son los infectados de 28 días después atacando, cegados por la sed de sangre, a los humanos sanos y preguntándoles antes de morder:“¿cero negativo?”.
Conclusión: la vida es como un lounge. Siempre te encuentras a un famoso, a alguien de la facultad y a un trepa sin escrúpulos ni vergüenza que te quita el pan. Y siempre acabas preguntándote si es mejor mantener la dignidad intacta o pisar a los que se te pongan por delante para conseguir tus objetivos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario