Corrían los tiempos en los que aún no teníamos claro lo que era un blog y Facebook todavía no había nacido nada más que en las mentes de sus creadores. Empezábamos a intuir que Internet podía servir para algo más que para cortar y pegar los textos de los trabajos de la facultad y para pasarnos reenviables absurdos. Todavía muchos tenían cuenta abierta en Ozú o en Terra, y las largas y afiladas garras del gigante Microsoft se tendían hacia nosotros intentando captarnos con la promesa de posibilidades ilimitadas en “un mundo feliz” de comunicación e intercambio cultural.
Alguien sugirió un foro privado de intercambio de apuntes, fechas de exámenes y actividades educativas varias, alguien contabilizó una mayoría de pre-adictos al Messenger que, por ende, tenían cuenta abierta con Hotmail, y ese mismo alguien creó nuestro primer grupo de Msn. Entramos al principio con desconfianza y sin tener muy claro dónde había que escribir y dónde recibir las respuestas pero pronto pasó a ser una página en favoritos y una visita diaria obligada para estar al corriente de lo que se cocía por clase. Como las obligaciones contraídas con la facultad eran menos que las visitas al grupo, éste empezó a convertirse en una suerte de juego de las películas en el que un miembro escribía una frase de cine más o menos rebuscada y el resto se devanaba los sesos en encontrar el título al que pertenecía: estudiábamos Comunicación Audiovisual y la Imbd empezaba a abrirse paso a codazos en nuestro imaginario colectivo y nuestro pan de cada día.
Pronto empezamos a multiplicar nuestro número de grupos. Internet se mostraba como una copia virtual de la sociedad en la que los amigos del barrio no se podían juntar con los de los estudios o con los del trabajo, y en cada uno tratábamos los temas acordes a nuestros intereses y jugábamos el rol que teníamos en la realidad. En uno éramos usuarios, en otro administradores e incluso llegamos a formar un intento de sociedad anarquista en el que todos eran administradores pero ninguno ejercía las funciones que requería el puesto: no era más que el resultado de rencillas políticas y abusos de poder que obligaron a los usuarios más reivindicativos salirse del grupo para formar el antigrupo y dejar patente su disconformidad.
Con el tiempo cada uno tomó su camino y nuestra amistad se enfrió. El trabajo dejaba poco tiempo para Internet -sobre todo a los que no habían aprobado una oposición o se veían anclados a ordenadores capados- y el grupo se enfrió igualmente. Quedábamos una o dos veces al mes para no perder el contacto y en un primer momento pensamos que nuestra minisociedad virtual era el mejor sitio para organizar aquellos encuentros esporádicos. Pero ya habíamos borrado la dirección de MSN Groups de los favoritos; solo nos enterábamos de las noticias por los mails de novedades semanales que llegaban los domingos y la mitad del grupo se enteraba con tres días de retraso de que habíamos quedado para el viernes. Entonces descubrimos un invento nuevo. Se llamaba teléfono y era infalible en estos casos; su creador, un tal Graham Bell, nos había devuelto la capacidad de comunicarnos. El grupo quedó destinado a mensajes de “¿Ahí alguien ahí?” “¿Cómo os va todo?” o “A ver si quedamos”.
Durante todos estos años hemos sido bombardeados a correos eléctrónicos con el asunto “se cierra MSN Groups” o “Va en serio. Ahora sí que se cierra”, que nunca llegamos a creernos del todo. O a aquellos de “tu grupo se va a cerrar por falta de actividad; si no quieres que esto ocurra pincha el link de abajo” en los que siempre clicábamos reactivar grupo ya por pura costumbre. Pero, definitivamente, MSN Groups muere ahora abatido por las redes sociales y por la falta de atención de sus incondicionales. A Microsoft le gusta anunciar que no se cierra sino que se mueve a Multiply pero en el fondo todos sabemos que ya ningún administrador va a pinchar ese link para aceptar la invitación sabiendo que sus compañeros tienen cosas mejores que hacer que darse de alta en un espacio nuevo, desconocido y de diseño frío y austero. En el fondo todos sabemos que revivir nuestros grupos es como conectar una mente muerta a una máquina para que su cuerpo siga vivo; y, de hecho, lo es de una forma tan literal que casi resulta políticamente incorrecta.
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