“Tienes que poner más atención”. Es la frase que más he oído a mis profesores y a mis padres cuando, raramente, cometía algún fallo en el colegio. Cuando el resultado de un problema me daba totalmente diferente al esperado aunque había seguido todas las cuentas a la perfección, porque al ir al escribir 81 había escrito 18; cuando ponía “un aniña” y me lo consideraban como fallo ortográfico (personalmente no le veo mayor problema, se lee casi igual que si estuviera bien escrito). Yo me preguntaba "¿todavía más atención?¿si ya pongo toda la que tengo?". ¿La solución? Aprendí de memoria todos mis fallos y releía todo lo que escribía para corregirlo (de hecho aún lo releo, por eso escribo más despacio de lo que podría hacerlo). Los números aprendí a evitarlos. No logré encontrar una técnica para controlar mi “falta de atención” en las cifras. Cuando estaba en 3º de BUP un profesor interino de física y química (al que, entre otros, agradezco que me entendiera y no me bajara una nota crucial para entrar en la carrera) me dijo que no entendía por qué todos los resultados del examen los tenía mal, pero que era consciente de que todo el planteamiento era correcto y que me lo daba por aprobado si le prometía que estudiaría una carrera de ciencias. Le prometí que no lo haría, que iba a sacar los números de mi vida para siempre, aún así me aprobó. Hice un COU de letras puras y lo pasé con matrícula de honor.
El siguiente tormento fue aprender a conducir. Si el profesor decía a la izquierda yo iba a la derecha y viceversa. De hecho siempre he tenido que hacer el amago de escribir para fijarme con que mano lo hago y estar segura de que ese lado es el derecho, nunca le di importancia hasta que me vi con las manos sujetas al volante y sin poder hacer gilipolleces. Nunca le di importancia, no, de hecho nadie se la dio.
En cierto examen de la universidad en el que gran parte de la nota se basaba en que especificáramos el año exacto de ejecución de las grandes obras de la cartelería mundial (sí, algunos locos estudiamos esas cosas) la profesora pidió que si alguno era disléxico lo especificara en el examen y si ella veía que habíamos asignado un cartel del año 1935 al año 5391 daría por supuesto que era culpa de las conexiones de nuestros cerebros distorsionados y no de que hubiéramos pasado de juerga la noche anterior y la resaca nos incapacitara para pensar (a esas alturas de carrera ya no se planteaba que fuéramos tontos, aunque mi experiencia me dice que de todo había). Aquel día fui totalmente consciente de que era disléxica. Pero la dislexia no me había incapacitado para estudiar, no me había creado un tremendo fracaso escolar ni me había deprimido; por tanto, ¿para qué diagnosticarla? Si, además, nadie lo habría tenido en cuenta.
Ahora leo un artículo en El País Digital que comienza con estas frases: “Si Bill Gates hubiera estado escolarizado en España el mundo tal vez no conocería Windows. Es disléxico”. Y me pregunto: “¿Si yo hubiera estado escolarizada en EE.UU. habría desarrollado el sistema operativo más importante del mundo y estaría forrada?”. La LOE estableció en 2006 la posibilidad de tener en cuenta que de vez en cuando algún alumno puede padecer dislexia, por esa época yo ya estaba licenciada desde hacía un año. Las Islas Baleares son más arriesgadas, tienen selectividad para disléxicos desde hace cuatro años, en la que te leen las preguntas para que tú no las interpretes mal, te dan más tiempo para escribir y no se tiene en cuenta la ortografía (espero que no dejen pasar una v por una b, ninguna dislexia da excusa para eso) pero, ¿Cuántos disléxicos pueden hacer la selectividad cada año en Baleares? Si tienen como un millón de habitantes, y un porcentaje de jóvenes en edad escolar de unos…vaya, acabo de recordar que soy disléxica, las cuentas mejor que las haga otro, yo puedo hacer la misma cuenta 5 veces y obtener 4 resultados distintos (obviamente me suelo decantar por el que se repite). En Canarias también hay un plan especial de educación para disléxicos, parece que en las islas corre más el aire y esto es bueno para las cabezas de los señores que hacen las leyes, porque la LOE todavía trata a los disléxicos como “alumnado con necesidades educativas específicas” y los mete en el mismo saco que a los discapacitados intelectuales y a los chavales con problemas de conducta. Y os digo, por experiencia, que la conducta de un disléxico es siempre ejemplar.
Los disléxicos estamos totalmente capacitados intelectualmente, para cualquier tema, igual que los demás. Simplemente, la forma en la que se codifican los símbolos en nuestra escritura, es más difícil de asimilar para nosotros. Cuando yo busco una palabra en un diccionario y lo abro al azar me cuesta más que a otros darme cuenta de si la palabra por la que yo lo he abierto está antes o después que la que estoy buscando. Mi cerebro tarda más en establecer la conexión alfabética entre los símbolos fonéticos. Muy probablemente porque la escritura occidental es compleja, y está mal diseñada; cuando se encuentran tantos individuos para los que cierto sistema no les funciona correctamente eso indica deficiencias graves en el mismo. Es algo de lo que estoy más convencida desde que me entero, por el mismo artículo (no es que no me haya documentado mejor, es que la información en español sobre la dislexia es mínima y farragosa incluso en las -tremendamente faltas de gusto estético- webs de asociaciones de disléxicos) que en idiomas como el chino, basados en ideogramas, la cantidad de disléxicos es mucho menor, porque lo que estas viendo escrito es una representación simplificada de la imagen que de ese concepto tiene tu cerebro.
Es por esto que, en los países en los que se tiene en cuenta que los disléxicos necesitan un modo alternativo de enseñanza, las clases se dan con métodos audiovisuales. Porque alguien a quien las palabras no le cuadran bien con los conceptos suele estar más del lado de la imágenes. (Si piensas en imágenes, háztelo mirar, a lo mejor eres disléxico). Probablemente por eso yo me decanté por una carrera en la que después de ver 30 películas te preguntaban sobre un único plano de una en concreto y esperaban que te acordaras. Igual que los estudiantes de ingeniería se meten en la cabeza 30 libros de memoria para que luego les pregunten sobre el capítulo del 25 del libro 16. Durante cinco años he tenido que oír a mucha gente diciendo “que suerte, tú para estudiar ves películas”, pues amigos, quizá para vosotros hubiera sido más difícil recordar el plano subjetivo más importante de Jezabel de lo que a mí me hubiera resultado leerme 30 libros técnicos. Probablemente yo también habría recordado el capítulo 25 solo que habría tardado más en leerme todos los libros. En ver una película tardo lo mismo que los demás. A no ser que sea en v.o. subtitulada.
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Fuentes:
Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Dislexia y http://es.wikipedia.org/wiki/Discalculia
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